viernes, 8 de febrero de 2013

Glaciar Overo

Nuestros gestos son señas compartidas. En la convivencia vamos incorporando formas de reír  de negar, de asentir... una vez más lo comprobé cuando fui con los padres de mi amigo Frank al Cerro Tronador.
Los papás de Frank
 
Observaba sus ademanes y era como si el espíritu de Frank apareciera cual holograma delante de los cuerpos de sus padres. Internamente me reía. Claro, en realidad era al revés. Él había incorporado los movimientos de sus congéneres. 
Fuimos hacia el Glaciar Overo. La caminata era amena y la charla se fue entretejiendo. Hablamos bastante sobre la sabiduría de la naturaleza, como todo está interrelacionado. Ingrid me contó que el año anterior a la erupción volcánica que cubriera de cenizas el sur, había florecido la caña viva. Esta caña florece una vez cada sesenta años y todas las de una región lo hacen al mismo tiempo. Esas flores desprenden una semilla que es una especie de golosina para los ratones. Todos temían que viniera una plaga de esos pequeños de cola larga y que con ellos se transmitiera el anta virus. Los científicos empezaron a crear estrategias para evitarlo. Sin embargo la naturaleza fue más sabia. Tras la erupción volcánica todas las semillas quedaron cubiertas de cenizas y así se evitó la endemia.
Luego fuimos viendo otros casos, como un determinado tipo de hongo que permite que los árboles asimilen mejor determinada sustancia que por sí solos no podrían.
Del mismo modo y en el mismo tono que hablamos de flores, árboles, animales, al llegar al Glaciar, cuya belleza era imponente, Ingrid expresa: aquí quiero que tiren mi cenizas cuando me muera. Sin sorpresa ni dramatismo Manfred le responde: yo quiero las mías en Laguna Azul y luego dio las coordenadas exactas de la dirección en que deseaba que se echaran al viento.

El glaciar Overo

La conversación siguió luego por otros rumbos, sin embargo ese momento quedó congelado en mi memoria. Sentí tan sano poder hablar así de la propia muerte, lejos de la fantasía de la inmortalidad en la que la mayoría se sumerge y, cuando llega el momento, todos los seres queridos parecen sorprenderse de la única cosa que tenemos certeza que vamos a vivir ni bien nacemos: nuestra despedida de la vida.
Llevo días escribiendo esta nota, con la sensación que le falta un remate, una moraleja, algo. Pero hoy pienso que no. Dejo que cada uno la continúe internamente... o externamente y deje en este bolg sus reflexiones.
Un abrazo y sigue el viaje!

 

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