viernes, 21 de diciembre de 2012

Los milagros a veces ocurren

En mis viajes, sobre todo durante mi juventud, me ha acompañado cierto grado de inconsciencia. Muchas veces me mandaba sin averiguar datos esenciales, como el horario de los autobuses, direcciones de hospedajes confiables... creía que al llegar resolvería todo.
Esta historia ocurrió en 1998. Fue el año que viví en Israel participando de un programa para jóvenes de toda Latinoamérica.
A fines de septiembre se celebraba el día del perdón y estábamos en Jerusalén, junto con otras amigas, bastante desilusionadas con la división que observábamos de la comunidad judía en esa ciudad.
A la mañana fuimos a la tajaná merkazit (la estación central de autobuses), dispuestas a dirigirnos al Kibutz Lotán, que está situado muy cerca de Eilat, en el desierto, casi en el límite con Jordania.
En ese entonces, se estaban desarrollando proyectos muy interesantes y los habitantes de esa población nos parecían personas sensibles, de las que podíamos aprender mucho. Por un lado, se estaba generando turismo para la salud y, por otro, voluntarios de todo el mundo iban a poner en práctica construcciones autosustentables. Cada uno llevaba una propuesta y si era aprobada se le daba el espacio para que la pruebe. Para Nosotras Lotan era el paraíso y el lugar ideal para la reflexión y la introspección que realizamos en el día del perdón.
Cuando llegamos a la terminal el último autobús que nos llevaba había salido hacía ya media hora. Ninguna quería quedarse, entonces decidimos llegar hasta el Mar Muerto y hacer dedo desde ahí.
Alrededor de las 14hs llegamos y fuimos a un cruce de ruta para ver si lográbamos nuestro cometido. Lo peor que podía suceder era tener que pasar la noche en uno de esos hoteles carísimos.
Teníamos solo una botella de agua. El tiempo se escurría y ningún auto nos levantaba. Incluso nos acercamos a las combis de turistas para ofrecerles a los conductores dinero para que nos transporte, pero ninguno aceptó. En pocos minutos se iniciaba el feriado y ya nadie nos ayudaría. Pasaron tres cuartos de hora, ya nos quedaba menos de medio litro de agua para las cuatro y nuestro estado de ánimo era cada vez más alicaído. Pensábamos en cómo le explicaríamos a nuestros padres el gasto de una noche en alguno de esos hoteles de lujo.
De pronto, una combi blanca viene directo hacia nosotras y estaciona. Un beduino se asoma por la ventana y nos pregunta: hacia dónde van?. Le decimos que a Eilat y nos ordena: suban!
Entramos al coche un tanto atemorizadas. Pero como éramos cuatro y él uno, teníamos una cierta ventaja en caso sucediera algo.
A los pocos metros cuenta que él es beduino y trabaja en una compañía de transporte para turistas. Por ser feriado le dijeron que podía volverse más temprano a su casa. Él ya nos había visto y pensó: es Iom Kipur, nadie las va a levantar. Decidió entonces pasar y ver si nos podía ayudar.
Decidió llevarnos hasta la puerta del kibutz sin cobrarnos nada, poniendo en juego su empleo, sólo porque vio que podía darnos una mano.
"Si un beduino puede hacer una obra de bien 100%, entonces tiene que hacerla".
Al llegar le ofrecimos dinero como agradecimiento y para que pueda cubrir el costo de la gasolina. No lo aceptó. "No lo hice por dinero. Yo a mis amigos no les cobro".







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