sábado, 22 de diciembre de 2012

Sola en una ruta desconocida

En 1998 estuve varios meses en el kibuts Ein Ashloshá trabajando y aprendiendo hebreo. Muy cerca de ahí, en Ashkelón, viván mis tíos abuelos Enrique y Batia, y mis amigas Lore y Lau.
Los fines de semana todos nos íbamos del kibutz. Una de esas veces vi irse al último micro delante de mis ojos. Tendria que quedarme todo el fin de semana ahí, aburrida, sin nada para hacer.
Una de las adolescentes del kibutz me dio una solución: ir con ella hasta un cruce de ruta donde podía tomar otro autobus que también me llevaba.
Llegamos al cruce y el bus que la llevaba a su destino pasó enseguida. El mío no. Ya estaba por comenzar el shabat y una oleada de dudas impregnaron a cada célula de mi cuerpo.
Pasaban combis llenas de árabes y ya nos habian alertado de nunca, jamas, bajo ninguna circunstancia subir a una de esas.
No sabía hebreo. No tenía idea de dónde estaba. No había ningun teléfono a la vista y tampoco tenía tarjeta para hablar.
La única manera de salir de ese lugar era haciendo dedo. Siendo un lugar tan próximo a la frontera de Gaza, no era recomendable, pero no tenía muchas más alternativas.
Entonces pensé: voy a hacer dedo, pero sólo me voy a subir a un auto rojo que esté medio destartalado. Si es último modelo no me subo.
Pasaron algunos minutos y un coche último modelo, rojo, pasa. Lo dejo seguir. No le hago ninguna seña.
Luego de varios minutos más, dobla un auto rojo, viejo, medio machucado. Se detiene. En mi pobre hebreo le hago entender que voy a Ashkelón y me dice que va también para ahí. Me lleva y me deja casi en la puerta de la casa de mis tíos.
Yo no lo podía creer. Por supuesto, mis tíos nunca lo supieron.



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